“¿Qué mueve al deseo?”, se pregunta Albertina en medio del escenario. Y aunque no hay una única respuesta, ella ensaya una cada vez que se planta sola en escena con su cuerpo, sus objetos, su historia.
«Opus 1, pequeña pieza de una bailarina» es un biodrama que se escribe con el cuerpo, se dice en puntas y se baila con el alma. La cita es el sábado 7 de junio a las 21 en el Petit Salón. Y la protagonista, Albertina, nos invita a entrar en su universo: el de una niña atravesada por la música de sus padres, por los mandatos de la danza clásica y por una pasión que encontró desde muy temprano un canal de expresión: el movimiento.
Un comienzo en los cuadernos
La génesis de la obra no fue ni en una sala de ensayo ni frente a un espejo de danza, sino en un taller literario. “Tenía escritos que hablaban mucho de mi infancia, así que empecé por ahí. No quería enfocarme en los momentos dolorosos, pero sí quería que todo girara en torno a la danza”, cuenta Albertina. Fue entonces que convocó a la directora Renata Moreno y juntas empezaron a darle forma escénica a un relato íntimo, nostálgico y corporal.
De aquellos recuerdos surgieron personajes invisibles pero potentes: sus padres músicos, su abuelo fundador de una fábrica de nebulizadores, los docentes que la marcaron (para bien y para mal), y hasta objetos cargados de simbolismo que hoy vuelven a escena.
-¿Cuál te emociona más al usarlo?
-El nebulizador. Me recuerda a mi abuelo. Y también las primeras zapatillas de punta… porque fueron el inicio de todo.
Bailar con este cuerpo
Uno de los ejes más profundos de la obra es la reflexión sobre el cuerpo en la danza clásica. ¿Qué pasa cuando no se encaja en ese molde estético que impone el medio? Albertina lo supo desde la pre adolescencia, cuando algunos docentes comenzaron a señalar que debía adelgazar. Nunca le dijeron que “no servía”, pero el mensaje era claro.
“Con los años entendí que no existe eso de tener el cuerpo de bailarina. Eso lo hacen creer las personas, no la danza. Uno baila con su cuerpo, su alma, su ser”, afirma con una claridad que atraviesa toda la obra.
Y agrega: “A una niña que sueña con bailar pero cree que no tiene el cuerpo adecuado, le diría que no existe tal cosa. Nadie tiene derecho a impedirle cumplir su sueño”.
La herencia musical y el deseo propio
La música no fue solo un entorno, sino una herencia familiar. Su madre y su padre la marcaron profundamente con sus prácticas, aunque también hubo tensiones: “Fue impulso y carga. Me pedían que estudiara ciertos instrumentos que no quería. Pero hoy la música sigue siendo parte fundamental de mi proceso creativo”. Aunque no hay una melodía que defina su vínculo con ellos, ciertos sonidos —el piano, la flauta traversa— la conectan de inmediato con su infancia.
Y sobre esa infancia, hay un momento clave que se revela en escena: un video encontrado entre viejos VHS familiares, que terminó dándole un cierre emotivo a la obra. “Revolver todo eso me trajo mucha nostalgia, pero también me sorprendió. Fue como encontrar un tesoro”.
La escena como transformación
Actuar sola por primera vez fue, dice, un antes y un después. Una forma de enfrentarse a su historia y también de agradecerle a esa niña que fue, por todo lo que vivió: “Cada vez que hago esta obra, algo en mí se transforma. Lo bueno y lo no tan bueno de mi infancia pasan por el cuerpo y se resignifican”.
La respuesta a la gran pregunta —¿qué mueve al deseo?— no es fija. “Me la respondo todos los días distinto. Pero siempre aparece esa pulsión de mostrar quién soy, de expresar mi esencia”.
Lo que vuelve del público
Las reacciones del público también dejaron huella. Una madre que reflexionó sobre lo que se transmite sin darse cuenta. Varias personas que reconocieron el sonido de un nebulizador y lo conectaron con sus propios recuerdos. La danza como puente, como espejo, como memoria colectiva. Y aunque Albertina se ríe y dice que el proceso de sanación lo hizo en terapia, reconoce que la danza también fue parte de ese camino.
-¿Cambiaría la obra si la hicieras dentro de diez años?
-Tal vez algunos aspectos, sí. Pero la esencia no cambia. Mi historia es la misma.
«Opus 1, pequeña pieza de una bailarina» es un acto de valentía. Porque contar la propia historia con el cuerpo es desnudarse sin pudor para convertir la vulnerabilidad en arte.